La belleza de las cosas no se encuentra en sí mismas, es decir, in situ, sino que proviene del conjunto de diferentes contextos, situaciones, hechos, en los que se involucra aquello que es examinado de forma vívida, soñada, imaginada, o simplemente observada. Solamente algo será bello, si al participar en conjunto con los demás componentes que intervienen en una situación, el resultado o la visión en conjunto de esta, es bella. La perfección siempre vendrá determinada por aquellos rasgos o virtudes que nosotros demos importancia; muchos de los cuales son comunes a la condición humana en general, y otros son puramente individuales, o en todo caso, grupales y con características históricas o culturales que los delimitan y condicionan. Aquí se debe aclarar que las llamadas “modas” no son auténticamente bellas. Solo lo es si uno, (de forma completamente objetiva, lo cual es imposible) lo decide como tal. Primero atendiendo a premisas generales y después descendiendo y acabando en niveles mucho más particulares. Es decir, primero va la situación, que puede extrapolarse incluso como la vida humana, y después la estructura que la conforma; en este caso los episodios o etapas de la vida, atendiendo al criterio que se prefiera.
Para determinar si algo es bello no hay que limitarse al primer vistazo o impresión que nos llega, que es lo que normalmente prevalece para el frívolo. La belleza primero ha de ser experimentada, ha de catarse, saborearse; uno ha de perderse en sus mil y un matices y aprender a conocerlos mejor que a uno mismo, para así poder comparar correctamente lo que uno considera bello en general, con el objeto de estudio en cuestión. Efectivamente la belleza exige sacrificio y estudio. Es un concepto continuo, cambiante e impreciso. Huidizo incluso. Hay que aspirar a ella eternamente, no se puede descansar en su búsqueda, pues en cuanto te detengas, la perderás definitivamente. Volviendo a lo anterior; nunca algo será verdaderamente hermoso simplemente por aparentarlo a simple vista. Podrá, eso sí, tener la apariencia de serlo, con lo que proporcionará la siempre buscada sensación de belleza, pero no necesariamente tendrá que ser lo auténtico, lo buscado. Si bien, sí es cierto que podrá adquirir esa característica de belleza, si con el transcurso de las experiencias y situaciones anteriormente mencionadas demuestra ser algo que merece la pena, algo hermoso en su conjunto situacional, en vez de una simple presunción. De esto se pudiera llegar a la conclusión de que la belleza es relativa, pero cuidado: la belleza es absoluta (siempre por supuesto, dentro del ámbito individual, el único que puede aspirar a la eternidad), ya que la hermosura referida como situacional, solo se puede alcanzar de forma particular y no colectiva; de otro modo estaríamos simplemente hablando sobre cánones, o en todo caso de vulgares modas que no se corresponderían con la auténtica belleza, sino con la pretensiones mencionadas anteriormente, y por supuesto de carácter ingenuo a veces, e interesado otras.
Por supuesto la juventud es la mejor etapa para iniciar el comienzo de la búsqueda; el conjunto de las percepciones en su máximo apogeo, y la existencia de una conciencia plena, y de una mente despierta (¡ah, por fin!) a todo lo abarcable son propicias para el comienzo al que nos referimos. Por supuesto las emociones tienen un papel predominante aquí. Más allá de de la etapa de las rosas, se extiende un cada vez más árido precipicio que conduce irremediablemente a lo anodino, a lo insulso. En definitiva, a la muerte y al fin de la búsqueda, que con cada nuevo atardecer se hace cada vez más difícil y cansada. Es por ello que la emoción será compañera nuestra únicamente en esta etapa de la vida. A partir de ahí tendremos que ir desprendiéndonos poco a poco de su cadavérico y débil cuerpo, con lo que estaremos solos ante la Razón y el Alma (que digan lo que digan, no son lo mismo). La razón dominará el día a día, la insulsa vida cotidiana, los amargos despertares. No encontraremos belleza aquí. Sin embargo, durante la noche y el sueño, reinará el Alma, que como digna consorte de la Emoción que es, lamentará su pérdida y será el último vínculo, junto al frío recuerdo, la alucinación producto de las drogas, y la locura, que nos ate a la belleza y su percepción auténtica. Después de esto: La Nada.
Para determinar si algo es bello no hay que limitarse al primer vistazo o impresión que nos llega, que es lo que normalmente prevalece para el frívolo. La belleza primero ha de ser experimentada, ha de catarse, saborearse; uno ha de perderse en sus mil y un matices y aprender a conocerlos mejor que a uno mismo, para así poder comparar correctamente lo que uno considera bello en general, con el objeto de estudio en cuestión. Efectivamente la belleza exige sacrificio y estudio. Es un concepto continuo, cambiante e impreciso. Huidizo incluso. Hay que aspirar a ella eternamente, no se puede descansar en su búsqueda, pues en cuanto te detengas, la perderás definitivamente. Volviendo a lo anterior; nunca algo será verdaderamente hermoso simplemente por aparentarlo a simple vista. Podrá, eso sí, tener la apariencia de serlo, con lo que proporcionará la siempre buscada sensación de belleza, pero no necesariamente tendrá que ser lo auténtico, lo buscado. Si bien, sí es cierto que podrá adquirir esa característica de belleza, si con el transcurso de las experiencias y situaciones anteriormente mencionadas demuestra ser algo que merece la pena, algo hermoso en su conjunto situacional, en vez de una simple presunción. De esto se pudiera llegar a la conclusión de que la belleza es relativa, pero cuidado: la belleza es absoluta (siempre por supuesto, dentro del ámbito individual, el único que puede aspirar a la eternidad), ya que la hermosura referida como situacional, solo se puede alcanzar de forma particular y no colectiva; de otro modo estaríamos simplemente hablando sobre cánones, o en todo caso de vulgares modas que no se corresponderían con la auténtica belleza, sino con la pretensiones mencionadas anteriormente, y por supuesto de carácter ingenuo a veces, e interesado otras.
Por supuesto la juventud es la mejor etapa para iniciar el comienzo de la búsqueda; el conjunto de las percepciones en su máximo apogeo, y la existencia de una conciencia plena, y de una mente despierta (¡ah, por fin!) a todo lo abarcable son propicias para el comienzo al que nos referimos. Por supuesto las emociones tienen un papel predominante aquí. Más allá de de la etapa de las rosas, se extiende un cada vez más árido precipicio que conduce irremediablemente a lo anodino, a lo insulso. En definitiva, a la muerte y al fin de la búsqueda, que con cada nuevo atardecer se hace cada vez más difícil y cansada. Es por ello que la emoción será compañera nuestra únicamente en esta etapa de la vida. A partir de ahí tendremos que ir desprendiéndonos poco a poco de su cadavérico y débil cuerpo, con lo que estaremos solos ante la Razón y el Alma (que digan lo que digan, no son lo mismo). La razón dominará el día a día, la insulsa vida cotidiana, los amargos despertares. No encontraremos belleza aquí. Sin embargo, durante la noche y el sueño, reinará el Alma, que como digna consorte de la Emoción que es, lamentará su pérdida y será el último vínculo, junto al frío recuerdo, la alucinación producto de las drogas, y la locura, que nos ate a la belleza y su percepción auténtica. Después de esto: La Nada.
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